Edicion mayo 19, 2024

Pobres los pobres

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Columnista - Nelson R. Amaya
Columnista – Nelson R. Amaya

Las voces que han expresado lo difícil que es en una sociedad la diferencia en materia de recursos de sus miembros son muchas, algunas referidas sólo a los bienes materiales y otras por supuesto incorporando los físicos y los del espíritu, que entre todos terminan por generar las diferencias entre nosotros. De ahí que no se pueda pretender de cada ser lo mismo. Haber nacido con ventajas materiales frente a los demás tampoco es garantía de éxito en la vida.

A nadie debe sorprender que Aristóteles hiciera una muy buena observación sobre la necesidad de contar con una sociedad justa y estable, basada en evitar un enorme desequilibrio entre ricos y pobres con el fortalecimiento de una clase media amplia y robusta. Su Polis, base de la organización política de la época, debía facilitar la búsqueda de la felicidad de cada uno de sus miembros, dentro de la cual deben trabajar y vivir prósperamente. También observa el filósofo que la avaricia de los hombres no tiene límite, por lo cual nunca será suficiente lo acumulado y siempre se buscará atesorar hasta el infinito. De ahí la necesaria regulación, con la ética, de la virtud como guía de la conducta humana y la norma que haga viable evitar la anomalía, o desigualdad en materia de propiedades en la Polis.

Pero de la teoría a la práctica hay tanto trecho que se ha diluido una de las razones de la existencia del estado moderno, cual es la facilitación de garantías desde la libertad para el mejor acomodamiento social de las habilidades basada en la vocación de cada uno de sus miembros. Es uno de los principales fracasos de la posmodernidad. Vemos como decrece la movilidad social y aumenta la efervescencia de tanto descontento por la forma como se comporta la dirigencia mundial en temas referidos a la convivencia y las oportunidades.

Mientras, los pobres pobres son usados para facilitar discursos populistas. Los mencionan como un instrumento para odiar, sin siquiera tomarse la molestia de plantear cómo los van a sacar de la pobreza, de una manera que no implique la ruina empresarial de los países regidos por estos regímenes.

Enemigos de la verdad, sacan a relucir pobres – esos sí, pobres – resultados en muchos factores que acumularon gobiernos anteriores, pero no con ello consiguen ocultar su absoluta incapacidad de gestión de gobierno, su lamentable acumulación de presupuestos sin ejecutar y el apetito desaforado por apropiarse de fondos públicos, con la consecuencia lógica del aumento de la pobreza. Bueno, no de todos, pues estamos viviendo el surgimiento de una nueva clase económica, la que, ajena al poder en el pasado, llegó con gula al erario y al mando.

El recuento de los hechos que confirman estas apreciaciones es innecesario y siempre será incompleto, pues es de conocimiento público y cada día aparecen más noticias sobre lo mismo: el enredo del gobierno actual con los parlamentarios venales y el tránsito de maletas con dinero por los corredores de las oficinas públicas.

¿Para eso querían gobernar? Parece ser ésta una pregunta de fácil respuesta, vis a vis lo que cada día se nos cuenta.

Apesta la desfachatez. Asusta el descaro. Advierten su intención de no soltar el poder, bajo la avalancha de delitos y trampas que dejan al descubierto su talante.

De marchas, pasaremos a pitos y cacerolazos. De éstos, veremos venir los paros nacionales. Es preferible perder el dinero de un día de ventas, que sacrificar el buen uso de los impuestos en el robispicio del régimen.

Imposible facilitar la tarea y la estrategia de esta izquierda torcida con el silencio y la tolerancia social al desmadre.  No declinaremos en ello.

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