Edicion mayo 21, 2024

Palindromos en la política

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Columnista - Arcesio Romero Pérez
Columnista – Arcesio Romero Pérez

Los palíndromos han sido dotados de significancia mítica. La versatilidad y condición reciproca al leerlos, los dota de una igualdad reversible y plausible. Y con toda razón y peso gramatical, pues una palabra o frase que se pueda leer igual de izquierda a derecha o viceversa, solo resta darle el mejor de los merecimientos. En su relación fonética con el escucha se comportan oscilantes como el baile de las olas que acarician la arena o susurrantes al igual que el compás pendular de un antiguo reloj que yace poseído por la paciencia y la impaciencia del tiempo.

En viceversa a esta curiosidad lingüística, en la semiótica de la política, el concepto de palíndromo se asocia a la forma perceptiblemente camaleónica que adoptan quienes cambian de opinión en la frecuencia que se requiera. Por esa conveniencia, y en virtud referencial a la figura de Joseph Fouché, imitan su comportamiento absolutamente inmoral al no tener inconveniente para cambiar de opinión y defender causas opuestas y contradictorias. De esa habilidad está repleto el teatro político nacional, regional y local, donde se escenifica una traviata ideológica donde los actores se transfiguran a través de la oratoria dual. Y en ese melodrama, sumergidos por el éxtasis, son capaces de vociferar en favor de una proposición hoy y amanecer eufóricos al día siguiente para atacar con ira los argumentos que defendieron en el ayer. Ejemplo claro de lo anterior ocurrió esta semana, cuando político de un sector escarlata, se despojaron de sus posturas y convencimientos para cambiar pendularmente su opinión sobre la reforma pensional propuesta por el gobierno nacional.

El ideario del político palíndromo se desliza en una tabla de surf sobre las olas de la conveniencia, donde, gracias a su habilidad, es capaz de saltar de la izquierda revolucionaria y progresista a la derecha conservadora y viceversa; todo, en función de los “supuestos” intereses nacionales y de la soberanía popular que representan. Pareciera que los padres de la patria pierden el control emocional y la sindéresis al escuchar los sonidos capicúas de las cifras presupuestales y los ofrecimientos burocráticos. Son, por esa razón cargada a veces de sinrazón, se erigen como díscolas figuras discordantes y repelentes de los valores asociados a la dignidad de la democracia.

Como lo reflejó Stefan Zweig en la biografía de Fouché, podemos decir que los políticos palíndromos colombianos esbozan su erudición y dramatismo para mimetizar gracias a la versatilidad de sus emociones e intereses la maldad, la ingratitud y la mezquindad que caracterizan a los seres humanos.

Solo resta preguntarnos si en el mediano plazo, los políticos ¿podrán recorrer con coherencia moral la secuencia de caracteres de la política en el sentido normal de la lectura de los intereses nacionales y no en contravía o en función de la monetización capicúa con la cual la abordan en la actualidad?

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